Junot Díaz, La Maravillosa vida breve de Óscar Wao, Barcelona-España, Mondadori, 2008, pp. 309.
Esta novela había reposado en la biblioteca el sueño de los justos. La compré en una feria del libro de Chacao, en 2009. Cada vez que le echaba un ojo, me apartaba de ella, recordando la frase de Marietta cuando decidí comprarla: “te vas a divertir muchos con ella.” Y es cierto, la diversión está implícita en su primera parte, digamos en las primeras 150 páginas. Pero luego toma la iniciativa la realidad implícita en esta ficción. En honor a la verdad, no logré distinguir la realidad de la ficción. Para mi todo fue verdad, toda su propuesta es, si no biográfica, una buena reconstrucción de los padecimientos del pueblo dominicano y más allá, de los países latinoamericanos. La propuesta de La Maravillosa vida breve de Óscar Wao, tiene sus marcas inevitables de Latinoamérica. La forma en que se acerca a la realidad, por ejemplo venezolana, sus referencias históricas, su conexión con República Dominicana. Luego un lenguaje común, lenguaje Caribe, que hace de la historia algo cercano, conocido, parecido.
El retrato que hace de Trujillo, siempre es el mismo que se ofrece en otras propuestas literarias y cinematográficas, ni siquiera provoca ahondar en el asco que produce la imagen de Trujillo en todas sus formas. No pienso en esta novela como algo indispensable para comprender la realidad de nada, creo que es un grato viaje para despegarse del suelo, en el que nos atamos por miedo a aceptar la realidad. ¡Qué… que es eso!, dele la respuesta que quiera. La Maravillosa vida breve de Óscar Wao, está marcada por el amor, amor invisible, que se le iba en las nalgas, en la cara o en la idea de una mujer en sus brazos. Una cosa frustrante recorre toda la novela, un destino, que no está demás decir: marcado por los signos de lo esotérico dominicano. Además del hecho de que el cañaveral funciona como la imagen que indica el sitio en el que acaban todos los sueños, el del amor, en especial. Cuando me topé con la imagen de los cañaverales, pensé: claro, la caña de azúcar arraigó muy bien en esos suelos (todo el cordón de islas del Caribe) porque siendo de raíces pequeñas, no tenía encima de ellas el peso inmenso de un árbol frutal, sino la sustancia contradictoria del azúcar avinagrada con el sudor y el dolor de los esclavos. Una especie pequeña, acondicionada para soportar los huracanes, naturales y los creados por las manos intolerantes de los hombres en su ansia por detentar el poder, hasta que se les sequen los huesos.
La gente en el Caribe es como la caña, con alegría implícita, que es el jugo de la caña, con el poco arraigo a una tierra de explotación, cosa que permite arraigar rápido en otros suelos. Escuchan como suena: “arraigar rápido en otros suelos.” Así fue la caña de azúcar, así somos nosotros. No discuto cuando la gente, evadiendo responsabilidades patrioteras, abandona el país, creo que siempre podemos arraigar en otras tierras. Somos de hecho hijos de la caña de azúcar, trasplantada y traída en pequeños gajos y arraigada a suelos más generosos.
La vida de Óscar Wao, sin pensar si fue maravillosa, si fue vida, si fue breve o si fue de él, es la vida de su particular cañaveral, en el que también entró su madre –que aun no lo era-, asumiendo represalias por defender su particular amor. Sus pasos se sienten cuando Wao entra al cañaveral. Otras imágenes se topan para recordarnos que un inconsciente familiar, familiar a la América Latina, nos advierte un destino, que se va representando en la fuerza de la Mangosta, en el canto de la nada o en el hombre sin rostro que los persigue generacionalmente, advirtiéndoles, recordándonos nuestro desenlace final.
La gente en el Caribe es como la caña, con alegría implícita, que es el jugo de la caña, con el poco arraigo a una tierra de explotación, cosa que permite arraigar rápido en otros suelos. Escuchan como suena: “arraigar rápido en otros suelos.” Así fue la caña de azúcar, así somos nosotros. No discuto cuando la gente, evadiendo responsabilidades patrioteras, abandona el país, creo que siempre podemos arraigar en otras tierras. Somos de hecho hijos de la caña de azúcar, trasplantada y traída en pequeños gajos y arraigada a suelos más generosos.
La vida de Óscar Wao, sin pensar si fue maravillosa, si fue vida, si fue breve o si fue de él, es la vida de su particular cañaveral, en el que también entró su madre –que aun no lo era-, asumiendo represalias por defender su particular amor. Sus pasos se sienten cuando Wao entra al cañaveral. Otras imágenes se topan para recordarnos que un inconsciente familiar, familiar a la América Latina, nos advierte un destino, que se va representando en la fuerza de la Mangosta, en el canto de la nada o en el hombre sin rostro que los persigue generacionalmente, advirtiéndoles, recordándonos nuestro desenlace final.
Esta novela, escrita con la particularidad de un aparato crítico que orienta al lector, nota al pie de página que no deja de ser parte de la novela, que no es una aclaratoria de los editores, sino que es un mapa exacto para recorrer el contexto en el que se mueven los personajes, ofrece además, en esas notas, la sensación de dos novelas en una, donde la alegría, el amor, el sueño y las circunstancias diarias de los personajes nos llevan de la mano a lo largo de las páginas, mientras la otra, los pie de página, nos muestras, llevando la palma de una mano gigante a nuestro cuello, y empujando duro hacia abajo: este es la realidad… sin evasivas.
Frases que rescaté:
“Es lo que la abuela dice: Toda serpiente siempre piensa que está mordiendo un ratón hasta el día que muerde una mangosta.”
“Pero si estos años me han enseñado algo es esto: nunca se puede escapar. Jamás. La única salida está por dentro.”
“Mi valiente Max, capaz de deslizarse entre dos guardafangos igual que una mentira entre los dientes de cualquiera.”
“El Tipo dominaba Santo Domingo como si fuera su Mordor privado; no sólo encerró al país bien lejos del resto del mundo y lo aisló detrás de la Cortina de Plátano…”
“¿Cuando ha sido humano este país, Abelard ?..”
Lydia: -“Somos relojes, Abelardo. Nada mas.” Para mi, que en nosotros el tiempo pasa…sólo pasa.
Lydia: -“Somos relojes, Abelardo. Nada mas.” Para mi, que en nosotros el tiempo pasa…sólo pasa.
Abelard: - “…movió la cabeza. Somos más que eso. Somos maravillas, mi amor.” Y dice Abelard, que no, que además sentimos, vivimos, no somos un mecanismo, vibramos a placer…
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