El libro de un hombre solo.

"...desde el momento en que las personas pierden su propia voz, se convierten en muñecos de trapo que no pueden escapar de la gran mano que los manipula."

sábado, 26 de junio de 2010

Sándor Márai





A las 2:00 a.m., de este día terminé de leer el libro La hermana del escritor húngaro Sándor Márai, publicado por la editorial Salamandra en 2007. Una de las tapas internas me lo muestra en una foto. Lleva una boina, presumo que negra o azul, porque la foto es en blanco y negro. Un sobretodo cerrado, camisa blanca y corbata. Va en un bote trasbordador, en uno de esos viajes sin fin que realizaron los hombres y mujeres que, como él, atravesaron el siglo y sufrieron sus dos guerras. Porque no es lo mismo vivirlas en parajes en los que la prensa o la radio te dan noticias de ellas y te van marcando –no hay salida- otras penurias: caudillos militares, militares, dictadores de todo pelo, civiles asimilados al verde oliva, ineptos civiles que se ofrecen “democráticos”, corrupción, miserias, etcétera.

Sándor Márai va en ese bote con el mar, que limpia, de fondo, sereno, tranquilas se muestran sus aguas. Por los sucesos posteriores sabemos que en la superficie había calma peor en el fondo bullía su desesperación, su dolor, su eterna enfermedad, la que padecieron todos los sobrevivientes de una de las dos guerras, en su caso de las dos; y siempre, ese desfase de cualquiera que viene del horror, la muerte, “la justicia correr” como decían los alemanes en el momento de sentenciar a muerte rápida y en la guillotina a sus nacionales. Esto último lo extraigo de la película La rosa blanca que acabo de ver recientemente.

Va en las aguas, está vivo y mira fijamente el lente de la cámara, mientras que los suyos lo sostiene en la mano izquierda. Quizá la barca esté atracada, quizá no; de bambolearse jamás lo sabremos. Ese movimiento de babor a estribor o de proa a popa no lo descubrimos pero lo intuimos. Así es el ritmo de la vida, con cabeceos, titubeos laterales, con énfasis en inclinaciones.

La religión cristiana, Occidente en general, nos señala que somos polvo y al polvo iremos, pero Oriente ve al hombre como agua, en movimiento, vivo y dando vida. No es la sangre que corre “para dar justicia” alemana, sino la que circula por nuestras venas como sabia, como la que mantiene la vida:
“De las aguas y del inconsciente universal surge todo lo viviente como de la madre.”

…Las aguas simbolizan la unión universal de virtudes, fons et origo, que se hallan en la precedencia de toda forma o creación.

Sándor Márai va en ese pequeño trasbordador, cambiando, como decía Heráclito. Abordó y llegó a la otra orilla distinto, no igual a lo que era. Creció al cruzarlo, sufrió al cruzarlo, al cruzar el atlántico, así como al cruzar el pequeño torrente que se forma entre las calles cuando llueve.

En La hermana se van dibujando los sufrimientos humanos, cada cosa que nos ofrece me genera dudas porque como lector estoy buscando dobles sentidos o imágenes o recursos literarios que muestren una realidad inmediata y un mensaje subyacente en cada personaje, en cada situación, en cada nombre.

La novela está dividida en tres etapas o capítulos:
1. La introducción que hace el narrador para explicar como le llega un manuscrito…
2. La trascripción total de ese manuscrito, a sabiendas que presume que el desarrollo de un trabajo al que le falta el inicio y el final.
3. La resolución del maestro de música de su enfermedad, su dinámica con los otros personajes, su enredo y el desenlace.

En la primera aparece nuestro narrador siendo presa de la naturaleza, manifestada en forma de lluvia intensa, que no lo deja salir de una cabaña en la que están encerrado con otros huéspedes, de distintas cualidades: a).- la pareja de posaderos, una pareja que planea crecer comercialmente; b).- un par de cazadores, uno gordo y uno flaco, deseosos de accionar sus armas, por deporte, contra la naturaleza, mientras que esta acciona contra todos ellos; c).- una pareja “extraña”, distinta, arrastrados por la pasión se vieron obligados a abandonar loa mundos en los que estaban cómodos y se sentían seguros. Terminan suicidándose. Por la secuencia de los hechos, la dama intuía que si ella bebía el sumo de esa planta en forma sombrilla, el amante cambiaría de opinión. Ella deseaba la muerte para zafarse de los dolores morales, pero él podía vivir con ellos. Ella no se lo permitió. Al darle de beber cicuta lo castigaba por haberla seducido y ala vez se castigaba ella por haber cedido a los impulsos del cuerpo y los embates del corazón.

Ese momento en el que ella yace resignada, sabiendo su próximo destino, observada por los huéspedes, por el maestro, escuchando las últimas voces que le confirman que ya no hay nada que hacer, su mirada ida, se siente, a la vez temerosa, dolida. Su figura menuda, con poca masa muscular no hacía advertir su carácter y resolución final.

La lluvia generó la agonía, La agonía hizo cesar la lluvia; el agua iba cambiando poco a poco a todos lo huéspedes, el torrente y el goteo movió sus lechos. Al cesar la vida cesó la lluvia o viceversa, “alguien tiene que sacrificarse” dice el maestro famoso oculto entre los amantes resignados a su sentencia, entre los cazadores afanados por acariciar con el índice la curva de sus disparadores, los posaderos y nuestro narrador.

Una vez dado el tributo todo vuelve a la normalidad, todo sigue su curso, todos a su destino, a construir o destruir, pero en todo caso a hacerlo.

El contexto histórico es la Segunda Guerra mundial, suceso vivido por Sándor Márai. Se pasean los alemanes, los fascistas italianos, se escuchan las bombas y se ven, de vez en cuando los destellos de las explosiones. Alejado geográficamente de todo eso está el maestro en un tránsito en el que bordeará la muerte. Este capítulo es el que observo más confuso, intenso, desgarrador y sugestivo: el maestro, el profesor, el médico asistente, las cuatro monjas (Cherubina, Dolorissa, Charrísima, Matutina), son todos a una la certeza y la contradicción. Se muestra así la enfermedad en todas sus dimensiones, es la excusa para hablar de la mentira, del amor, del dolor, de la muerte, de los errores, del destino, “…Y allí donde Eros no se manifiesta, la gente se vuelve sorda e inerte.”. Todas las realidades anteriores se vinculan con Eros, con el amor, con su existencia y su presencia y dictamina que si ese sentimiento no está el sentido auditivo, el de escuchar al otro, al próximo, al prójimo, se atrofia y es sustituido por el ruido de la guerra que no diferencia ya entre otras manifestaciones humanas. El polvo, el ruido, la destrucción, la sangre, los deshuesaderos asumen la escena, y ya no hay quietud contemplativa sino parálisis. En este momento todos perdemos.

¿Qué enfermedad padece el maestro?, el profesor (médico experimentado) la resume así:
…La vida es veneno sino creemos en ella, si ya no es más que un instrumento para colmar la vanidad, la ambición y la envidia. Entonces uno empieza a sentir náuseas como…

Intentaré un diagnóstico: vita fatum, dos palabras en latín que podían no decirle nada pero le habrían dicho todo. “La vida es un veneno si no creemos en ella…”. Si lo invadía, como en efecto, el desgano vital, si estar vivo sólo servía para aumentar el mismo desgano, la molicie, entonces estar vivo era el mismo veneno.

Este capítulo es un grito a favor de la esperanza, de las ganas de vivir. El maestro en cama se me ofrece el mismo Sándor Márai, no invadido de molicie, sino falto de esperanza, con pocas razones para creer en la humanidad, en su cambio, en su “evolución”.

“La vida es un veneno si no creemos en ella…”, pareciera haber dicho en 1989 cuando se la quitó y observando los comentarios lejanos, sabía que no había vuelto atrás.

Más adelante el mismo maestro nos dice:
Toda relación humana íntima, –amistad, amor e incluso los extraños vínculos que unen a dos adversarios en la vida y en la muerte– se inicia con ese toque mágico; como si uno sintiera la realidad del sueño:…

Es este estado el que propicia la vida, el que genera la esperanza, el que nos vuelve seres irreflexivos y creyentes en una abstracción cargada de risas y pesares llamada futuro.

El nuevo aliento de vida también es la oportunidad para probar el elixir que lo separa de la realidad, el médico asistente le dice que no vuelva a los brazos de E., porque ella es la enfermedad, pero el maestro cree que E. lo ha salvado, se siente obligado, atraído, tentado a volver a estar en sus brazos, a revivir su pasión pasada. La reflexión de este médico es contundente:
—…usted no debe volver con esa mujer
—¿Por qué no debo volver con ella? –le pregunté con calma, mostrando interés.
—Primero –(…), porque uno nunca debe volver con una persona de quien se ha alejado definitivamente. Es una de las pocas reglas de la vida. Esta clase de vuelta atrás constituye un peligro mortal. Usted ha dejado a esa mujer y se ha despojado de todo aquello que proliferaba malignamente en esa relación. (…)
—Espere –le dije- ¿Acaso sabe usted lo que significa esa mujer para mi?
—La enfermedad –dijo con sencillez.
—Y tal vez la recuperación –repuse- ¿No se le ha ocurrido? (…)
—Eso sería homeopatía –dijo muy serio-. No se la recomiendo. Curar la enfermedad con la enfermedad…es una concepción de la medicina que tiene sus celebres seguidores, pero yo no creo en ella.

¿La enfermedad será el pasado?, es o será suicida recurrir a él de cuando en cuando como una relación enfermiza que ya superada o vivida queremos antinaturalmente volver a vivir, a sabiendas de que nos perjudica ese estado trasparente, fenecido, agotado y resuelto que es el pasado, nuestra relación con el pasado.

Del pasado tenemos que irnos, cortar los cabos, de ese puerto, soltar el lastre que nos permita tener autonomía. E. es la enfermedad, su estado temporal, espacial es el ayer, ¿pero que realmente le podía ofrecer al maestro si hasta su frigidez es comentada por él como cosa natural. ¿Quién es E?, ¡la parca!, ¿quién es una sentencia de muerte ambulante?, ¿Carissima?, ¿Y como es que “la mas querida”, Carissima, tiene un rostro pálido, inexpresivo, una especie de máscara mortuoria?, ¿estuvo siempre a su lado la muerte representada en ella?, si…la más querida. ¿Estuvo el sino representado en el médico asistente?, pareciera que si. Ella, Carissima, “la más querida”, es la hermana, nuestra hermana, la que nunca nos abandona hasta el día en que nos lleva, la muerte. La llevamos en nosotros mismos, siempre está allí, representada en nuestros huesos, en nuestra calavera recubierta de músculos, grasa, órganos, arterias. Va nuestra hermana con nosotros como siameses, acompañándonos en el futuro, mordiendo el pasado, pero paciente, deseosa de llevar a nuestras agotadas venas el elixir que nos separe, que nos haga flotar y reflotar y así dejar de ser.

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