Orfandad intelectual o huérfanos de Intelectuales. No es lo mismo, ¡claro!
Puede que llevemos el estigma de tales carencias. Puede que la figura y el alcance del mensaje de Cabrujas, lanzado a través del teatro, la prensa y la televisión, tres medios de comunicación ineludibles para todos los estratos sociales, sea nuestro sino. Esta situación se me parece a la propaganda de una afeitadora X, que tiene ahora tres hojillas y al final una barrita, que no sirve para nada, pero que venden como una maravilla para lubricar la piel, para luego de afeitar. Es decir, quien se escapaba del teatro, no lo hacia de las otras dos, o quien no leía prensa ni iba al teatro, se conseguía con el discurso de Cabrujas encriptado en esa invención latinoamericana, la telenovela, más aún quien no veía las telenovelas, se lo topaba en los programas de opinión, en donde directamente lanzaba su mensaje.
Es que Cabrujas era mediático hasta los extremos. Tal vez por eso, su recuerdo, opaque al resto, puede ser. Pensemos: un pupilo de Cabrujas como Héctor Manrique; formado a su sombra en el teatro, la crítica y la televisión, tiene que hacer un papelón como el de Willie Trononis en La mujer perfecta, para sobrevivir, porque no es Cabrujas, que RCTV le pagaba hasta por no hacer nada, sólo por ser de “ellos”. Héctor Manrique es buen director de teatro, cuando te lo consigues opinando sobre el país es lúcido en su exposición, (dirán otros) no es Cabrujas.
Y es que creo que no debemos engancharnos en la “cabrujería”, suena bien, ¡verdad!, porque perdemos de vista la forma de defender las ideas en esta nueva y peculiar faceta que nos ha tocado vivir. El peor homenaje que se le puede hacer a un intelectual, quien sea, es extrañar su lucidez y su discurso. Porque si lo extrañamos es porque ese pobre hombre, impenitente hablador no logró nada, sólo habló y habló paja como Ricky Martin cantan sus canciones, habló solo y sólo para que nosotros, sus “fans” tarareáramos sus discursos.
¿Son tan mediáticos nuestros intelectuales de hoy?, o mejor, son realmente intelectuales, nuestros “intelectuales” de hoy. Nuestro común amigo Edward E. Said, en su Representaciones del intelectual, nos dice que el intelectual de hoy no es el tipo que escribe y se hace vendible en su imagen, para congraciarse con los lectores, las editoriales y en último término, con los gobiernos, del cuño que sea. Frente a esa postura me miro el ombligo y pienso en los nuestros, en mi parcela más cercana y querida: la historia, y veo, leo y escucho que no son complacientes en lo que muestran, hablan y escriben. Manuel Caballero, por ejemplo, busca en cada declaración, en cada artículo publicado, darle en las rodillas al gigante de barro y cuando escribe –en el largo aliento- no es diferente, no es complaciente, su mensaje busca desnudar la realidad emperifollada, su defensa de la libertad, de la democracia, no deja dudas. Ese es y será el signo de este tiempo, el mensaje se recibe en primera persona desde la tele, la radio, la prensa y ¡uff!, internet. Basta que éste mensaje lograr ser captado, comprendido e interpretado por los lectores, y más, esperado y seguido.
Puede que llevemos el estigma de tales carencias. Puede que la figura y el alcance del mensaje de Cabrujas, lanzado a través del teatro, la prensa y la televisión, tres medios de comunicación ineludibles para todos los estratos sociales, sea nuestro sino. Esta situación se me parece a la propaganda de una afeitadora X, que tiene ahora tres hojillas y al final una barrita, que no sirve para nada, pero que venden como una maravilla para lubricar la piel, para luego de afeitar. Es decir, quien se escapaba del teatro, no lo hacia de las otras dos, o quien no leía prensa ni iba al teatro, se conseguía con el discurso de Cabrujas encriptado en esa invención latinoamericana, la telenovela, más aún quien no veía las telenovelas, se lo topaba en los programas de opinión, en donde directamente lanzaba su mensaje.
Es que Cabrujas era mediático hasta los extremos. Tal vez por eso, su recuerdo, opaque al resto, puede ser. Pensemos: un pupilo de Cabrujas como Héctor Manrique; formado a su sombra en el teatro, la crítica y la televisión, tiene que hacer un papelón como el de Willie Trononis en La mujer perfecta, para sobrevivir, porque no es Cabrujas, que RCTV le pagaba hasta por no hacer nada, sólo por ser de “ellos”. Héctor Manrique es buen director de teatro, cuando te lo consigues opinando sobre el país es lúcido en su exposición, (dirán otros) no es Cabrujas.
Y es que creo que no debemos engancharnos en la “cabrujería”, suena bien, ¡verdad!, porque perdemos de vista la forma de defender las ideas en esta nueva y peculiar faceta que nos ha tocado vivir. El peor homenaje que se le puede hacer a un intelectual, quien sea, es extrañar su lucidez y su discurso. Porque si lo extrañamos es porque ese pobre hombre, impenitente hablador no logró nada, sólo habló y habló paja como Ricky Martin cantan sus canciones, habló solo y sólo para que nosotros, sus “fans” tarareáramos sus discursos.
¿Son tan mediáticos nuestros intelectuales de hoy?, o mejor, son realmente intelectuales, nuestros “intelectuales” de hoy. Nuestro común amigo Edward E. Said, en su Representaciones del intelectual, nos dice que el intelectual de hoy no es el tipo que escribe y se hace vendible en su imagen, para congraciarse con los lectores, las editoriales y en último término, con los gobiernos, del cuño que sea. Frente a esa postura me miro el ombligo y pienso en los nuestros, en mi parcela más cercana y querida: la historia, y veo, leo y escucho que no son complacientes en lo que muestran, hablan y escriben. Manuel Caballero, por ejemplo, busca en cada declaración, en cada artículo publicado, darle en las rodillas al gigante de barro y cuando escribe –en el largo aliento- no es diferente, no es complaciente, su mensaje busca desnudar la realidad emperifollada, su defensa de la libertad, de la democracia, no deja dudas. Ese es y será el signo de este tiempo, el mensaje se recibe en primera persona desde la tele, la radio, la prensa y ¡uff!, internet. Basta que éste mensaje lograr ser captado, comprendido e interpretado por los lectores, y más, esperado y seguido.
Manuel Caballero es un intelectual de retos serios, desde su posición como investigador nunca fue benevolente con Rómulo Betancourt, no se imaginaba él, en la década de los ochenta o noventa, que sería el presidente de una fundación como la “Rómulo Betancourt”, y frente a lo que pudiera tomarse como una claudicación de sus ideas, aceptó el reto de ser el albacea de su legado. Me recuerda este caso al título de un libro sobre Teodoro Petkoff, “Sólo los estúpidos no cambian de opinión”, Caballero ha sabido crecer y no lo ha dejado de hacer, defendiendo siempre la democracia desde su trinchera. Elías Pino I., no es distinto, sus estudios y sus declaraciones diarias, su última entrevista (razón de estas notas), su postura ante los ataques a la libertad y la democracia –aunque suene rimbombante- han sido todo lo claras que uno espera de ellos. Y no son alaridos, para nada, son posiciones, ideas, reclamos; que aunque no parezca, hacen retroceder a la bestia. Recuerde que EQTC los llama eufemísticamente: “especialistas”.
María Elena González de Lucca para ingresar a la ANH se lanzó un discurso estrictamente académico, pero cuando habló al día siguiente con la prensa, habló de el mal uso de la figura e imagen de Simón Bolívar y de cómo ahora parecía más un militante del PSUV, además de la única posición que debe tener una Academia como la de Historia, en la actual circunstancia que vive el país, ella aclaró que: “Bajo ninguna circunstancia una academia debería ser una institución del Gobierno, en el pasado no lo ha sido y en esta coyuntura menos, es una institución académica y punto.”, valdría agregar: ¡cómo le quedó el ojo!
Mi querido Rafael Cadenas, en la misma onda de Caballero, jamás a querido ser un tipo mediático, ni representante de nada, ni de nadie, sólo –eso sí- de la palabra escrita, esa “afilada espada del pensamiento”, como lo dice Eduardo Liendo. Cuando el can buscó morder a la palabra, representada por la Fundación para la cultura urbana, Rafael Cadenas no se contentó con firmar un manifiesto apoyando el disgusto general por tal acto. Contra sus mismos sentimientos se puso al frente de una fundación –como presidente- para defender a la palabra y a la Fundación. Rafael Cadenas no es cualquier hombre reclamando o pidiendo una audiencia, es nuestro poeta más importante. Su voz, su presencia genera un impacto. No se si por eso o porque a los canes simplemente no les interesan los libros, retrocedieron y se fueron tras otros huesos, más desprotegidos y más carnosos.
No me imagino a estos venezolanos diciendo: “no vale, yo ya no opino, porque son las cinco y terminó mi faena por hoy, llámame mañana en horas de oficina…”, luego, colgando y diciendo: “qué se creen, que pueden joder a cualquier hora, no valse…”.
Yo percibo que el reino de las preocupaciones de estos intelectuales es éste mundo. No están pensando en vainas abstractas mientras el país se va al garete. Julién Benda lo planteaba así para distinguir a los estudiosos de los intelectuales. Los primeros son unos defensores de los microbios o de la niebla, los segundos, defienden al hombre que camina, son sensibles ante su propia libertad de acción de decisión y la de sus contemporáneos; mientras los primeros se enojan, denuncian y condenan, cuando descubren (en 2010) las violaciones de Cristóbal Colón a los indígenas, los segundos se enojan, denuncian y condenan las violaciones a la libertad de sus contemporáneos.
Esta posición no condena la revisión historiográfica, sino que la cerca, la hace cónsona con los tiempos. La primera posición representa el infantilismo de los estudiosos, la segunda, la madures de las ideas.
Vea, Said nos dice que: “Los auténticos intelectuales nunca lo son con más propiedad que cuando, movidos por una pasión metafísica y por desinteresados principios de justicia y verdad, denuncian la corrupción, defienden al débil, se oponen a una autoridad imperfecta u opresiva.”
En estas características están los nuestros, los de verdad, los que están en la acera opuesta al gobierno, desde los rasguños de gatito de Barrera, las reflexiones de Tulio Álvarez, las chiflas de Caballero, la denuncias de Pino Iturrieta. Ninguno es la sombra, ni sombra de Cabrujas, su estilo único murió con él. Parece que nos dejó mucha nostalgia. La gente hoy se repite, como invocación religiosa –que no comparto- “qué falta nos hace Cabrujas; qué diría Cabrujas; cómo estaría de arrecho Cabrujas…” y otras conjeturas más sobre este espectro querido con cabello encrespado y lentes culo e´ botella.
Me meteré, para dejar la lata, con otros opinadores de nuestra realidad, que siento, también se empeñan –sin querer, por cierto- en entrar en esa categoría de Said: Ramón Guillermo Aveledo, Cesar Miguel Rondón, Alberto Federico Ravell, estos dos últimos tienen un rasgo en común, son hijos de hombres que lucharon contra dictadores y nacieron en el exilio. Pero, si quiere una lista más grande: Germán Carrera Damas, la bella Rocío Sanmiguel, Miguel Enrique Otero (que aunque no es de mi agrado acepto que se la está jugando). Qué decir de Teodoro Petkoff, que no se cansa de ser un tábano.
No me imagino a estos venezolanos diciendo: “no vale, yo ya no opino, porque son las cinco y terminó mi faena por hoy, llámame mañana en horas de oficina…”, luego, colgando y diciendo: “qué se creen, que pueden joder a cualquier hora, no valse…”.
Yo percibo que el reino de las preocupaciones de estos intelectuales es éste mundo. No están pensando en vainas abstractas mientras el país se va al garete. Julién Benda lo planteaba así para distinguir a los estudiosos de los intelectuales. Los primeros son unos defensores de los microbios o de la niebla, los segundos, defienden al hombre que camina, son sensibles ante su propia libertad de acción de decisión y la de sus contemporáneos; mientras los primeros se enojan, denuncian y condenan, cuando descubren (en 2010) las violaciones de Cristóbal Colón a los indígenas, los segundos se enojan, denuncian y condenan las violaciones a la libertad de sus contemporáneos.
Esta posición no condena la revisión historiográfica, sino que la cerca, la hace cónsona con los tiempos. La primera posición representa el infantilismo de los estudiosos, la segunda, la madures de las ideas.
Vea, Said nos dice que: “Los auténticos intelectuales nunca lo son con más propiedad que cuando, movidos por una pasión metafísica y por desinteresados principios de justicia y verdad, denuncian la corrupción, defienden al débil, se oponen a una autoridad imperfecta u opresiva.”
En estas características están los nuestros, los de verdad, los que están en la acera opuesta al gobierno, desde los rasguños de gatito de Barrera, las reflexiones de Tulio Álvarez, las chiflas de Caballero, la denuncias de Pino Iturrieta. Ninguno es la sombra, ni sombra de Cabrujas, su estilo único murió con él. Parece que nos dejó mucha nostalgia. La gente hoy se repite, como invocación religiosa –que no comparto- “qué falta nos hace Cabrujas; qué diría Cabrujas; cómo estaría de arrecho Cabrujas…” y otras conjeturas más sobre este espectro querido con cabello encrespado y lentes culo e´ botella.
Me meteré, para dejar la lata, con otros opinadores de nuestra realidad, que siento, también se empeñan –sin querer, por cierto- en entrar en esa categoría de Said: Ramón Guillermo Aveledo, Cesar Miguel Rondón, Alberto Federico Ravell, estos dos últimos tienen un rasgo en común, son hijos de hombres que lucharon contra dictadores y nacieron en el exilio. Pero, si quiere una lista más grande: Germán Carrera Damas, la bella Rocío Sanmiguel, Miguel Enrique Otero (que aunque no es de mi agrado acepto que se la está jugando). Qué decir de Teodoro Petkoff, que no se cansa de ser un tábano.
La lucha de los que defienden la libertad en nuestro tiempo, es como la que, repitiendo a Mafalda, libran las pulgas contra las locomotoras: “ellas no pueden parar un tren, pero si llenar de ronchas al maquinista”.
Esta es mi posición, querido amigo. La signa, sí, la esperanza y la certeza, de que el tiempo histórico no es el mismo que el de los semáforos, los corredores de bolsas, ni las quincenas o los meses. El tiempo histórico no puede ser marcado por el reloj suizo convencional, sus muelles son más largos, sus horas y días también. A veces, para pesar de la mayoría, es imperceptible. Antes y después nos asalta, nos sorprende, y no nos permite decidir si seremos actores o no.
Esta es mi posición, querido amigo. La signa, sí, la esperanza y la certeza, de que el tiempo histórico no es el mismo que el de los semáforos, los corredores de bolsas, ni las quincenas o los meses. El tiempo histórico no puede ser marcado por el reloj suizo convencional, sus muelles son más largos, sus horas y días también. A veces, para pesar de la mayoría, es imperceptible. Antes y después nos asalta, nos sorprende, y no nos permite decidir si seremos actores o no.
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